miércoles, 30 de abril de 2014

Amo, amas, Ruben Darío.

    Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
    El ser y con la tierra y con el cielo,
    Con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
    Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
    Y cuando la montaña de la vida
    Nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
    Amar la inmensidad que es de amor encendida
    ¡Y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

Cuento de la semana: Algo muy grave va a suceder en este pueblo, Gabriel García Márquez.


Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

-Te apuesto un peso a que no la haces.

Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

-¿Y por qué es un tonto?

-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.

Entonces la vieja responde:

-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?

-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

-Sí, pero no tanto calor como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

-Hay un pajarito en la plaza.

Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

-Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

¿Qué putas puedo?, Jaime Sabines.


¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla, 
con mi pierna tan larga y tan flaca, 
con mis brazos, con mi lengua, 
con mis flacos ojos? 
¿Qué puedo hacer en este remolino 
de imbéciles de buena voluntad? 
¿Qué puedo con inteligentes podridos 
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía? 
¿Qué puedo entre los poetas uniformados 
por la academia o por el comunismo? 
¿Qué, entre vendedores o políticos 
o pastores de almas? 
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba, 
si no soy santo, ni héroe, ni bandido, 
ni adorador del arte, 
ni boticario, 
ni rebelde? 
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo 
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?


Sitio de amor, Jaime Sabines.


Sitio de amor, lugar en que he vivido 
de lejos, tú, ignorada, 
amada que he callado, mirada que no he visto, 
mentira que me dije y no he creído: 
en esta hora en que los dos, sin ambos, 
a llanto y odio y muerte nos quisimos, 
estoy, no sé si estoy, ¡si yo estuviera!, 
queriéndote, llorándome, perdido. 

(Esta es la última vez que yo te quiero. 
En serio te lo digo.) 

Cosas que no conozco, que no he aprendido, 
contigo, ahora, aquí, las he aprendido. 

En ti creció mi corazón. 
En ti mi angustia se hizo. 
Amada, lugar en que descanso, 
silencio en que me aflijo. 

( Cuando miro tus ojos 
pienso en un hijo. ) 

Hay horas, horas, horas, en que estás tan ausente 
que todo te lo digo. 

Tu corazón a flor de piel, tus manos, 
tu sonrisa perdida alrededor de un grito, 
ese tu corazón de nuevo, tan pobre, tan sencillo, 
y ese tu andar buscándome por donde yo no he ido: 

todo eso que tu haces y no haces a veces 
es como para estarse peleando contigo. 

Niña de los espantos, mi corazón caído, 
ya ves, amada, niña, que cosas digo.

Para hacer funcionar a las estrellas, Jaime Sabines.


Para hacer funcionar a las estrellas es necesario apretar el botón azul. 

Las rosas están insoportables en el florero. 

¿Por qué me levanto a las tres de la mañana mientras todos duermen? ¿Mi corazón sonámbulo se pone a andar sobre las azoteas detectando los crímenes, investigando el amor? 

Tengo todas las páginas para escribir, tengo el silencio, la soledad, el amoroso insomnio; pero sólo hay temblores subterráneos, hojas de angustia que aplasta una serpiente en sombra. No hay nada que decir: es el presagio, sólo el presagio de nuestro nacimiento.


domingo, 27 de abril de 2014

El silencio, José Emilio Pacheco.


La silenciosa noche. Aquí en el bosque
no distingo rumores, no, de ninguna especie. 
Los gusanos trabajan. 
Los pájaros de presa hacen lo suyo
(seguramente). 
Pero no escucho nada. 
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro, 
tan raro, tan escaso se ha vuelto en este mundo 
que ya nadie se acuerda como suena, 
ya nadie quiere 
estar consigo mismo un instante.
Mañana
dejaremos de nuevo la verdadera vida para
mañana. 
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo: 
extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa 
a la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?


jueves, 24 de abril de 2014

El cuervo, Edgar Allan Poe.

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!

Dolor común, Miguel de Unamuno.


Cállate, corazón, son tus pesares 
de los que no deben decirse, deja 
se pudran en tu seno; si te aqueja 
un dolor de ti solo no acíbares 

a los demás la paz de sus hogares 
con importuno grito. Esa tu queja, 
siendo egoísta como es, refleja 
tu vanidad no más. Nunca separes 

tu dolor del común dolor humano, 
busca el íntimo aquel en que radica 
la hermandad que te liga con tu hermano, 

el que agranda la mente y no la achica; 
solitario y carnal es siempre vano; 
sólo el dolor común nos santifica.

El desconocido, Octavio Paz.


La noche nace en espejos de luto. 
Sombríos ramos húmedos 
ciñen su pecho y su cintura, 
su cuerpo azul, infinito y tangible. 
No la puebla el silencio: rumores silenciosos, 
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen. 
La noche es verde, vasta y silenciosa. 
La noche es morada y azul. 
Es de fuego y es de agua. 
La noche es de mármol negro y de humo. 
En sus hombros nace un río que se curva, 
una silenciosa cascada de plumas negras. 

La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas. 
Todo se funde en ese beso, 
todo arde en esos labios sin límites, 
y el nombre y la memoria 
son un poco de ceniza y olvido 
en esa entraña que sueña. 

Noche, dulce fiera, 
boca de sueño, ojos de llama fija y ávida, 
océano, 
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras, 
indefensa y voraz como el amor, 
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo, 
río de terciopelo y ceguera, 
respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona: 
el desdichado, el hueco, 
el que lleva por máscara su rostro, 
cruza tus soledades, a solas con su alma. 

Tu silencio lo llama, 
rozan su piel tus alas negras, 
donde late el olvido sin fronteras, 
mas él cierra los poros de su alma 
al infinito que lo tienta, 
ensimismado en su árida pelea. 

Nadie lo sigue, nadie lo acompaña. 
En su boca elocuente la mentira se anida, 
su corazón está poblado de fantasmas 
y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho. 
Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma. 
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas, 
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia, 
el muro del perdón o de la muerte. 
Pero su corazón aún abre las alas 
como un águila roja en el desierto. 

Suenan las flautas de la noche. 
El mundo duerme y canta. 
Canta dormido el mar; 
ojo que tiembla absorto, 
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla, 
lecho de transparencia para su desnudez. 

Él marcha solo, infatigable, 
encarcelado en su infinito, 
como un solitario pensamiento, 
como un fantasma que buscara un cuerpo.

miércoles, 23 de abril de 2014

Un loco, Antonio Machado.


Es una tarde mustia y desabrida 
de un otoño sin frutos, en la tierra 
estéril y raída 
donde la sombra de un centauro yerra. 
Por un camino en la árida llanura, 
entre álamos marchitos, 
a solas con su sombra y su locura 
va el loco, hablando a gritos. 
Lejos se ven sombríos estepares, 
colinas con malezas y cambrones, 
y ruinas de viejos encinares, 
coronando los agrios serrijones. 
El loco vocifera 
a solas con su sombra y su quimera. 
Es horrible y grotesta su figura; 
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, 
ojos de calentura 
iluminan su rostro demacrado. 
Huye de la ciudad... Pobres maldades, 
misérrimas virtudes y quehaceres 
de chulos aburridos, y ruindades 
de ociosos mercaderes. 
Por los campos de Dios el loco avanza. 
Tras la tierra esquelética y sequiza 
¿rojo de herrumbre y pardo de ceniza? 
hay un sueño de lirio en lontananza. 
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! 
¿¡carne triste y espíritu villano!?. 
No fue por una trágica amargura 
esta alma errante desgajada y rota; 
purga un pecado ajeno: la cordura, 
la terrible cordura del idiota.

Contraofensiva, Mario Benedetti.


Si a uno 
le dan 
palos de ciego 
la única 
respuesta eficaz 
es dar 
palos 
de vidente.

Cálculo de probabilidades, Mario Benedettí.


Cada vez que un dueño de la tierra proclama 
para quitarme este patrimonio 
tendrán que pasar 
sobre mi cadáver 
debería tener en cuenta 
que a veces 
pasan.